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11.09.2008, Guatemala, FMM sobre la situacion actual en Guatemala 18 anos despues del asesinato de Myrna Mack


Plataforma de depravación política genera muerte, hambre y precariedad institucional


Al conmemorar hoy el 18 aniversario de la ejecución extrajudicial de la antropóloga social Myrna Elizabeth Mack Chang, su familia, amigos y los integrantes de la Fundación que lleva su nombre, nos dirigimos a la opinión pública para compartir algunas reflexiones, preocupaciones e inquietudes respecto de la situación nacional.

A lo largo de los últimos meses han ocurrido diversos hechos políticos, judiciales, administrativos y financieros que han puesto en evidencia la perversión de nuestro sistema político. Vale mencionar los malos manejos financieros en el Poder Legislativo que permitieron el enriquecimiento de una camarilla de “dignatarios” en alianza con personajes poseedores de un amplio prontuario delictivo.

Algunos de esos sucesos constitutivos de delitos graves están débilmente sancionados en la legislación vigente. Así, muchas personas que debieran estar afrontando investigaciones criminales en su contra han huido o se desplazan tranquilamente, protegidos por el manto de la impunidad y de la inmunidad.

Como es lógico, todo eso ha provocado indignación, descontento, frustración e impotencia. En algunos segmentos ciudadanos hay una clara convicción de que las leyes y las instituciones son meras formalidades, porque en la vida cotidiana se incumple con el mandato constitucional de brindarnos seguridad, tutela y protección. En otros ámbitos empieza a gestarse un inquietante ambiente que promueve soluciones radicales que, eventualmente, pondrían bajo cuestionamiento la vigencia del orden constitucional y bajo fuerte presión la estabilidad institucional.

Los hechos ocurridos y los factores que han definido la magnitud de su impacto, están encadenados o unidos por los hilos de la corrupción, la impunidad, la debilidad institucional, la falta de voluntad política y la mediocridad en el ejercicio del poder público. Todo eso conforma una plataforma sólida donde la impunidad y la corrupción se regeneran y se amplían constantemente.

Sobre esa plataforma perversa giran los ejes de la gobernabilidad, la estabilidad política y económica, la paz, la democracia. Por eso nuestra institucionalidad es precaria, vulnerable a los flujos de poder y a la manipulación; lo cual facilita capturar a las instituciones y hacerlas funcionar únicamente a favor de unos pocos, en donde la mayoría queda sometida, sin protección alguna, a los vaivenes de las circunstancias nacionales e internacionales.

En ese contexto frustrante e indignante, la población guatemalteca afronta, desprotegida, los efectos de fenómenos de escala mundial, como la recesión, el desempleo y la contracción de mercados, así como la escasez y el encarecimiento de alimentos, productos, bienes y servicios.

Esto ha acentuado los problemas estructurales, entre ellos: la inseguridad alimentaria, los problemas de desnutrición, la aceleración de la pobreza y pobreza extrema, la crisis en el sistema de salud, el conflicto ideológico y cultural en el sistema educativo, el déficit habitacional, el desempleo y los bajos salarios.

El Estado no está dando respuestas adecuadas. Predominan los programas asistencialistas de visión corta y populista, no se implementan políticas sociales y económicas de carácter estratégico e integral; el gasto público es ineficiente y poco o nada transparente, en la medida que privilegia lo superfluo y margina lo indispensable para generar bienestar social.

En relación con la violencia, la criminalidad y la impunidad, los rasgos característicos de los últimos meses son la ejecución masiva de pilotos y ayudantes del transporte urbano y extraurbano; las ejecuciones arbitrarias que podrían ser atribuibles a agentes policiales; así como el incremento de la violencia contra operadores de justicia y figuras destacadas en el ámbito de la sociedad civil y el sector religioso. Resalta el incremento de la violencia entre grupos del narcotráfico y la incursión abierta en territorio nacional del cuerpo armado de los narcotraficantes mexicanos (los Zetas); así como la reactivación de los secuestros y el desborde de las extorsiones.

En medio de todo esto, vale recordar que en 2007 se inició, por medio del Ministerio de Gobernación y de la gestión de Adela de Torrebiarte, un conjunto de procesos técnicos internos, orientados a concretar sin más dilaciones la transformación de las entidades de seguridad, al tenor de la seguridad democrática.

El que estos procesos estén aún vigentes es todo un récord, y por eso constituyen un paradigma a seguir por otras instituciones que suelen quedar en el limbo o en terreno movedizo con cada cambio de administración. No obstante, esos aciertos son debilitados por el mismo gobierno, pues opta por fortalecer al Ejército con más tropa y presupuesto, mientras que la Policía Nacional Civil afronta precariedad, corrupción y comportamientos criminales, frente a lo cual los esfuerzos de depuración tienen alcance limitado.

En relación con la institucionalidad del Estado, en los pasados ocho meses diversas instituciones han afrontado escándalos y han transitado por los campos minados de la corrupción, el abuso de poder, el enriquecimiento ilegal, la penetración criminal, los flujos de poder encontrados y el comportamiento acomodaticio de autoridades y funcionarios.

En términos generales, nos mantenemos en el límite extremo de la gobernabilidad y la estabilidad política, y nuestra convivencia dista mucho de ser pacífica. Con la firma de la paz en 1996 dejamos atrás las prácticas propias del conflicto armado interno, lo que permitió el cese de fuego, el desarme y la reinserción de los insurgentes a la vida legal.

Pero eso no fue suficiente, pues continuamos viviendo en medio de tanta confrontación, conflicto y violencia, que pareciera que en pleno posconflicto estamos viviendo una nueva guerra. Además, está confirmado que la violencia generada por la delincuencia común, el crimen organizado, las maras y los cuerpos clandestinos, entre otros, está provocando más muertes violentas que las reportadas durante el conflicto armado. Y si a eso sumamos los decesos originados por la pobreza, el hambre y la desnutrición, es válido afirmar que estamos fracasando como Estado.

Es preciso salir de esa ruta que nos lleva directamente a la pérdida de gobernabilidad. Hay que instalar procesos certeros de depuración y, al mismo tiempo, emprender líneas de fortalecimiento de las instituciones del Estado, especialmente las de justicia y seguridad. Sin embargo, el principal reto consiste en recuperar el ejercicio de la política y de la administración pública, a partir de una práctica socialmente responsable, basada en la aplicación de códigos éticos y morales que nos permitan recuperar la dignidad y el ideal del Estado Democrático de Derecho.

Guatemala, 11 de septiembre de 2008

Informaciones de la red

 Boletin Agosto 2007 

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