20.12.2008, Guatemala, FMM analiza el sector de la seguridad actual
I. “Guerra nueva”
En Guatemala estamos nuevamente en “guerra”. No se trata de
una guerra como las que reconoce el derecho internacional, ni de un
enfrentamiento al estilo del que nos afectó buena parte del
siglo pasado. Se trata de una “guerra nueva” donde imperan
los negocios, su perfil es transnacional y globalizado, sin
ideologías de por medio, y sin duda alguna marcará
nuestra convivencia por las próximas décadas de la
presente centuria.
Esa suerte de “guerra nueva” está generando ya
daños de gran cantidad y magnitud, que van desde miles de
víctimas mortales al año hasta depravación y
atrofia institucional, pasando por alteraciones en el tejido social
comunitario y en la salud mental de la población.
A diferencia de lo ocurrido en el conflicto armado interno, cuando los
medios masivos de comunicación no informaban a la
ciudadanía sobre los combates y los terribles hechos de
violencia política que sucedían sobre todo en las
comunidades indígenas, en la actualidad los noticieros
radiofónicos, los diarios impresos y los noticieros de
televisión informan con inmediatez y profusión sobre la
cotidianidad de la violencia y la criminalidad (factores centrales de
esta nueva situación bélica que vivimos).
La actual es una “guerra” muy publicitada y, por tanto, hay
información sobre quiénes son sus protagonistas
centrales, cuáles son sus componentes y los factores que la
alientan, y cuáles serían los factores que podrían
acabar con ella.
Los principales protagonistas son los poderosos y bien armados grupos
de la delincuencia organizada, que incluso libran entre sí
cruentas batallas; las maras y las bandas de la delincuencia
común, en particular los grupos que se dedican a las
extorsiones, los secuestros y el asesinato masivo de pilotos del
transporte público.
Todos ellos manejan armas que han conseguido de manera clandestina e
ilegal, una dimensión donde el Estado ha fracasado a pesar de
que cuenta con una estructura especializada: el Departamento de Control
de Armas y Municiones, dependencia del Ministerio de la Defensa
Nacional .
El dinero que producen sus actividades criminales y las facilidades del
mercado negro de armas y del mercado legal para hacerse con
adminículos propios del mundo de la seguridad y la inteligencia,
les han permitido crear, en el curso de las últimas
décadas, verdaderos brazos armados que utilizan la violencia
para dominar territorio, defender intereses y negocios, y para
aterrorizar a la población.
Se trata de los cuerpos clandestinos de seguridad que impunemente matan
o amenazan a toda persona que molesta los intereses del crimen
organizado, desde dirigentes comunitarios, periodistas, miembros de
partidos políticos, hasta operadores de justicia.
En México se tiene bien identificado a uno de esos grupos (Los
Zetas), pero en Guatemala no se ha logrado identificar a uno solo.
Únicamente se sabe que, al igual que Los Zetas reclutan
militares y policías tanto en servicio como en retiro, o dados
de baja por depuración, el crimen organizado propio de Guatemala
también emplea tanto a integrantes activos como a ex miembros de
las fuerzas armadas y de seguridad del Estado. En gran parte, con ellos
conforma sus cuerpos clandestinos de seguridad. Aprovechan, sobre todo
en el caso de los kaibiles, que se trata de personal en cuya
capacitación y entrenamiento el Estado de Guatemala
realizó cuantiosas inversiones.
Por aparte están las células de las maras y pandillas
que, bien armadas, se dedican a infundir el terror en colonias,
barrios, zonas capitalinas; extorsionan a vecinos, asesinan a quienes
incumplen con sus demandas; y violan a jovencitas que viven en el
sector de su dominio, o las obligan a involucrarse en la mara. En
general, todos los grupos delincuenciales que de manera organizada se
proveen de armamento y lo utilizan sin dudar, están en capacidad
de articular sus propios cuerpos armados de manera ilegal y clandestina.
Lo anterior no es difícil, pues no hay control sobre el trasiego
local e internacional de armas y municiones. También
están fuera de control los cuerpos clandestinos armados, tanto
los nacionales como los que han venido de fuera (como Los Zetas, de
México); y cualquier grupo de delincuentes medianamente
articulado puede operar sin mayor problema y tener acceso relativamente
fácil a todo tipo de armamento.
Es claro que Guatemala no cuenta con instituciones de justicia y
seguridad que funcionen en condiciones propicias para afrontar la
riesgosa y monumental tarea de combatir los fenómenos criminales
ya descritos.
En efecto, las fuerzas policiales de la República de Guatemala
son débiles, corruptas, deterioradas y básicamente
no-profesionales. La Policía Nacional Civil (PNC) -no se puede
negar- fue abandonada por el Estado y repudiada por la dirigencia de
los diferentes sectores nacionales. Es rechazada por amplios segmentos
de población que le tienen una mezcla de miedo, falta de
confianza, reprobación y no-credibilidad.
En los últimos 18 meses ha habido una suerte de purga, de
depuración en la PNC, que ha sometido a persecución penal
a algunos agentes y oficiales policiales, sospechosos de estar
involucrados en delitos de toda magnitud, desde robos y
corrupción de menor cuantía hasta extorsiones, secuestros
y operaciones propias del contrabando, la narcoactividad, el mercado
negro de armas, las ejecuciones extrajudiciales y participación
en grupos de sicarios, etcétera.
Esa acción depuradora es insuficiente y lo más criticable
es que, en la mayoría de casos, los agentes y oficiales de la
PNC involucrados en hechos criminales solamente son despedidos,
más no sometidos a persecución penal. La
depuración, por lo tanto, solamente devela la existencia de una
podredumbre de grandes proporciones en la PNC, que es lo que la
población percibe, rechaza y no perdona.
II. El perfil de la violencia y la criminalidad
En la lógica de la ya mencionada “guerra nueva”, la
delincuencia común, el crimen organizado, las pandillas y las
maras han configurado en Guatemala un perfil de violencia y
criminalidad que ha conducido casi al colapso al conjunto de
instituciones de seguridad, y se ha constituido en una fuente constante
de inestabilidad política para el Gobierno Central, en
particular para las autoridades del sector en cuestión.
Esto, sin mencionar el aporte que hacen a ese perfil indeseable los
miles de casos anuales de violencia intrafamiliar, y en especial las
agresiones contra la mujer, que por falta de tratamiento desde las
diferentes estructuras del Estado derivan, la mayoría de las
veces, en delitos contra la vida y delitos contra la libertad sexual.
El país afronta una criminalidad de altísimo impacto, que
irremediablemente nos hace pensar que estamos llegando a los confines
de la estabilidad en el sector seguridad. Por eso mismo, estamos
llegando a una situación en la cual ya no solamente están
en riesgo la vida, la dignidad, la integridad física y el
patrimonio de las personas, sino también están en serio
riesgo el modelo y el conjunto de políticas democráticas
que por mucho tiempo se ha intentado instaurar.
De enero a noviembre se ha rebasado con creces el número de
cinco mil hechos de homicidio y asesinato , y en el último
quinquenio ha existido un promedio anual de 46 víctimas mortales
por cada cien mil habitantes .
III. Los fenómenos especiales
Los últimos doce años han sido el escenario de
surgimiento y desarrollo de esos perfiles de violencia y crimen, que en
la actualidad encuentran sus más cruentas expresiones en el
asesinato de pilotos y ayudantes del transporte público,
así como en el terror que cunde entre los usuarios de ese
servicio; los secuestros y las extorsiones, el narcotráfico y la
acción de los cuerpos clandestinos de seguridad al servicio de
los grandes grupos de la mafia nacional y transnacional.
En el caso del narcotráfico, Guatemala se ha convertido
paulatinamente en un país clave para actividades de este tipo en
la región, lo cual ha generado secuelas de violencia que
producen miles de víctimas mortales, el incremento de la
drogadicción entre la juventud, así como la
incrustación en los tres poderes del Estado de operadores al
servicio de la narcoactividad. En los últimos meses hemos
cobrado conciencia de esta situación, en la medida que
observamos con horror hechos como:
1- La “narcomatanza” (Zacapa, en marzo 2008), donde
murieron a balazos y calcinados varios miembros del narcotráfico
guatemalteco y mexicano.
2- el ataque e incineración de un autobús (Zacapa,
noviembre 2008), donde perdieron la vida 16 ciudadanos
nicaragüenses y un holandés.
3- La “narcomasacre” de finales de noviembre 2008, en Santa
Ana Huista (Huehuetenango), en donde también murió un
número indeterminado de miembros del narcotráfico de
México y Guatemala, así como varias personas inocentes .
A lo anterior debemos sumar como hechos concatenados entre sí, y
con un trasfondo que los vincula a grupos de delincuencia organizada,
los siguientes :
1- Asesinato e incineración de los diputados salvadoreños
al Parlamento Centroamericano José D´Aubuisson, William
Pichinte y José Ramón González, y su piloto
Gerardo Ramírez (febrero de 2007);
2- La ejecución de los agentes de investigación criminal
de la PNC, capturados por su responsabilidad en el asesinato de los
salvadoreños (febrero de 2007). Estos fueron asesinados en el
marco de una acción aún no esclarecida, cuando estaban
bajo la custodia del Estado en la cárcel llamada “El
Boquerón”.
3- El asesinato del comisario Víctor Rivera, jefe de la unidad
antisecuestros de la PNC, quien había colaborado estrechamente
con el Ministerio Público (MP), en el afán de esclarecer
los dos sucesos mencionados en los numerales anteriormente inmediatos
(abril de 2008).
4- El asesinato del fiscal auxiliar Juan Carlos Martínez, en
julio de 2008. El fiscal estaba involucrado en la investigación
de los casos anteriormente mencionados.
5- El asesinato, en octubre, en la prisión Santa Teresa, de una
mujer que recién había caído bajo custodia del
Estado, acusada de intentar propiciar la fuga de unos mareros
sindicados de haber asesinado a los agentes policiales mencionados en
el numeral 2.
6. El asesinato coordinado de la rectora y de una guardia de la
prisión de mujeres Santa Teresa, en octubre, unos días
después del asesinato reportado en el numeral 5.
7. El asesinato y decapitación de varias personas privadas de
libertad, durante un motín ocurrido en el centro penitenciario
llamado Pavoncito, en octubre 2008. Entre las víctimas se
cuentan dos pandilleros que recién habían sido
trasladados de El Boquerón a Pavoncito, por temor de fuga. Estas
personas habían sido enjuiciadas por su presunta responsabilidad
en el asesinato de los agentes policiales, caso mencionado en el
numeral dos; y estaban vinculados directa e indirectamente con los
sucesos mencionados en los numerales 5 y 6.
Todo lo anterior no es una situación exclusiva de Guatemala. En
términos generales, la región centroamericana afronta
situaciones de seguridad colapsada, débil o a punto de ser
rebasada, como consecuencia de varios factores, entre ellos: 1) La
expansión de la delincuencia organizada y de las maras en todos
los países de la región, y 2) El debilitamiento general
que afecta a las estructuras estatales.
Pero, a diferencia de los otros países, en Guatemala la
incidencia del crimen organizado adquiere características
altamente perversas por la penetración de estas células
delictivas en las instituciones responsables de la seguridad, la
justicia, la legislación y la administración del Estado.
El país es clave tanto para los esfuerzos de combate del crimen
organizado en sus diversas manifestaciones, como para los afanes de los
grupos criminales, que con constancia buscan el crecimiento de sus
actividades y negocios. Por eso no es extraño que las
instituciones públicas sean parte de un círculo vicioso
que reproduce y multiplica situaciones estructurales de
corrupción, mal desempeño, ineficiencia; así como
comportamientos criminales en algunos de sus agentes, funcionarios y
autoridades.
Por aparte, los fenómenos migratorios, provocados esencialmente
por las carencias socioeconómicas de amplios segmentos de
población, han prohijado otros comportamientos criminales que
tienen como principales víctimas a los hombres y las mujeres que
intentan cruzar fronteras en busca de trabajo y mejores condiciones de
vida. En el caso de las mujeres y los niños las circunstancias
son tanto más graves, ya que abundan los grupos que someten a
estos migrantes a situaciones de neo-esclavitud, prostitución,
pornografía y otras formas de explotación y tratos
inhumanos.
IV. La falta de encaje entre la coyuntura y lo estratégico
En el caso concreto de Guatemala, los fenómenos criminales
están dejando alrededor de seis mil víctimas mortales al
año, la mayoría por ataques con arma de fuego.
Durante los últimos tres meses, especialmente en las primeras
semanas de noviembre, el país ha estado afrontando sucesos que
inducen a pensar que existe ya una pérdida de gobernabilidad en
el ámbito de la seguridad y la justicia. Esto ha acentuado la
inestabilidad de las instituciones y sus autoridades, y ha profundizado
la pérdida de confianza en el Estado y sus estructuras.
Los logros que pueden ser mostrados por las autoridades de
seguridad no guardan proporción con respecto al
fenómeno criminal que mantiene agobiada a la población.
De esa cuenta, aunque hay logros que reconocer, especialmente en lo que
se refiere al necesario e irrenunciable diseño de
políticas de fortalecimiento y mejoramiento institucional, el
balance en esta coyuntura es crítico por decir lo menos.
Desde el inicio de la transición democrática, y sobre
todo después de la firma de la paz, han sido invertidos miles de
millones de quetzales, procedentes del presupuesto de la Nación
y de la cooperación internacional, para impulsar el desarrollo y
un mejor funcionamiento de las instituciones de justicia y otras.
Pero, en el caso de la Policía Nacional Civil (PNC), no ha
habido una inversión sustantiva. Durante muchísimos
años, las instituciones de seguridad estuvieron dedicadas al
control de la población y, con excepción del
Ejército, no recibió atención del poder
público.
Eso no cambió, como se esperaba, con la fundación de la
PNC en 1997, pues el proceso de transformación quedó
prácticamente truncado en el año 2,000. En consecuencia,
ahora no contamos con fuerzas civiles profesionales, ni con la
capacidad adecuada para garantizar el orden público y cumplir
con el deber de proveer seguridad integral a la población.
V. Las políticas y los avances en riesgo
Muchos de los avances concretados de 1986 a la fecha no tienen un
efecto práctico y cotidiano, en parte porque las instituciones
siguen sufriendo el impacto de su desnaturalización durante la
época del conflicto armado (inserción de miembros de
fuerzas paramilitares, escuadrones de la muerte, militares represores,
reciclaje de policías corruptos entre otros); y en parte porque
se han creado situaciones de negligencia, indolencia y hasta de
sabotaje, que bloquean sistemáticamente el alcance de nuevos
avances.
Veamos como ejemplo las dinámicas y los procesos que se
implementaron en el Ministerio de Gobernación (MINGOB) y en la
PNC por los ministros que han ostentado el cargo en el último
año y medio: Adela de Torrebiarte, abril 2007-enero 2008;
Vinicio Gómez (+) enero 2008-junio 2008; y Francisco
Jiménez, julio 2008 a la fecha
Cada Ministro introdujo sus propios matices, pero en esencia los tres
aceptaron el desafío de crear nuevos y mejores mecanismos de
actuación en los entes responsables de la seguridad. En
especial, se ha apostado por la planificación
estratégica, la profesionalización, la
especialización, el uso adecuado de los servicios de
inteligencia para impulsar tanto los operativos de combate al crimen
como las acciones del ámbito preventivo; así como la
depuración integral y sistemática mediante la
acción de órganos sólidos de inspectoría y
de control interno.
Los procesos, que en principio tuvieron un carácter vinculado a
la voluntad de las autoridades del MINGOB, ahora deben adquirir fuerza
como políticas de Estado. Sólo de esa manera se
podrán desentrampar y desbloquear las decisiones que dependen de
la Presidencia de la República, del Poder Legislativo o de otros
entes, y abrir la posibilidad de contar con un trabajo policial
más coordinado, mejor planificado y de mayor eficacia.
Se menciona lo anterior, por cuanto desde hace varios meses la
Secretaría General de la Presidencia de la República
retiene un proyecto de Acuerdo Gubernativo, que reforma el Reglamento
de la PNC. La no-aprobación de este proyecto de Acuerdo impide
la consolidación de otros procesos internos que, en el mediano y
largo plazo, podrían contribuir a dotar al país de una
fuerza policial profesional y en mejores condiciones para prevenir y
combatir el crimen.
Otra de las acciones que no se han concretado y que reafirma la idea de
que no hay voluntad real de fortalecer el Ministerio de
Gobernación, y como consecuencia a la PNC, es la lentitud en el
incremento del número de efectivos que actualmente está
constituido por 18,000 agentes, trabajando con salarios y
prestaciones precarias y en condiciones que no son aceptables desde
ningún punto de vista.
El ministro Francisco Jiménez ha anunciado la apertura de
más centros académicos y la intención de elevar a
30 mil la cantidad de efectivos como plan de mediano plazo, pero como
es lógico este salto cuantitativo no se concretará en
forma inmediata .
Son diversos los aspectos que interesan a la PNC y a los procesos de
fortalecimiento institucional, que no avanzan. Se puede dar el
beneficio de la duda y suponer que, en principio, esas trabas son
meramente burocráticas, sin ningún tipo de trasfondo.
No obstante, tampoco se puede descartar que detrás del bloqueo
haya la malsana intención de evitar que el Ministerio de
Gobernación y la PNC cuenten con mejores herramientas para hacer
su trabajo, en cuyo caso estaríamos enfrentando escenarios
más complejos.
De hecho, es preciso evaluar la posibilidad de que, además de la
debilidad institucional y el acecho del crimen, algunos sucesos sean
parte de planes premeditados y deliberados con el fin de desestabilizar
a las autoridades, en especial a las del sector seguridad.
Es de hacer notar que fuerzas partidarias, grupos políticos,
intelectuales emergentes en la escena nacional, así como
estructuras de poder oculto criminal han emprendido todo tipo de
campañas, cada uno persiguiendo una meta propia:
1) Atacar al gobierno por su fracaso en materia de seguridad, como
parte del hacer político-partidario común y corriente.
2) Desprestigiar y deslegitimar a las actuales autoridades del MINGOB
por cuestiones que van desde rivalidades personales y políticas
hasta discrepancias en cuanto al modelo a seguir.
3) Ansia por hacerse con los puestos en el sector, con miras a
controlar el ejercicio del poder, el manejo de empleos y la
ejecución presupuestaria. Además, en este ámbito
de la seguridad suele haber posibilidad de hacer negocios con las
compras y contrataciones de vehículos, uniformes, armas, equipo
de comunicaciones, etc .
4) Acentuar el grado de deterioro y debilidad de la PNC, a efecto de
abrir espacios para la incursión de otras fuerzas, como las del
Ejército, por ejemplo. La debilidad y el deterioro de la PNC
también benefician a los servicios de seguridad que se prestan
en el ámbito privado; así como a grupos interesados en el
manejo del poder de la información y la inteligencia del Estado.
5) Concretar venganzas contra las autoridades que han impulsado
procesos de depuración, a partir de los cuales han
caído operadores criminales y se han recuperado algunos espacios
que ya estaban en control de grupos delincuenciales.
6) Mantener vigentes las estructuras que, incrustadas en las
instituciones del Estado, contribuyen sustancialmente a consolidar la
impunidad.
Es claro que hay fuerzas activando con el fin de acentuar la crisis en
el sector seguridad, y quizá el objetivo sea explotar la
situación agobiante que vive la población y orillar al
Presidente de la República a tomar decisiones que de todas
maneras no resolverían el problema de la violencia, la
criminalidad y la impunidad (Por ejemplo, algunos promueven el cambio
prematuro y apresurado de autoridades como solución
mágica).
VI. El Ejército y la seguridad ciudadana
Hay que admitir que quienes se inclinan por crear más crisis en
el ámbito de la seguridad o forzar un cambio de rumbo, tienen la
mesa servida. Es decir, tienen a mano argumentos y hechos que, sin
duda, son indicadores de que hay cosas que andan muy mal en el
ámbito de la seguridad. Basta con observar el número de
necropsias que realiza a diario el Instituto Nacional de Ciencias
Forenses (INACIF), para advertir que la cantidad de víctimas
mortales ha crecido desmesuradamente en los últimos meses. Esto
sin mencionar los hechos delincuenciales como robos y asaltos, ataques
y violaciones sexuales, violencia doméstica, entre otros que no
implican necesariamente la muerte de la víctima pero sí
severos daños a su integridad física, salud mental y
patrimonio.
Todo lo anterior ha llevado a algunos grupos comunitarios y vecinales a
solicitar la presencia y la participación del ejército en
acciones de seguridad. Esto conduce a considerar que -para algunos- el
Ejército tendría un papel temporal que jugar en el
ámbito de la seguridad. En todo caso, es preciso delimitar con
claridad su participación, respetando la visión de Estado
que yace en los acuerdos de paz, y mediante normas que regulen lo
siguiente:
-La participación del Ejército debe ser concebida como un
apoyo a la PNC. De ninguna manera debe pensarse en “la
sustitución” de las fuerzas policiales civiles con la
doctrina y la práctica militar.
-Una definición clara sobre límites temporales,
funcionales y operativos de ese apoyo, así como de alcance de la
misión militar en este campo.
-La determinación sobre responsabilidad, misiones, temporalidad
y ubicaciones geográficas en que será prestado el apoyo
militar.
-La estrategia en torno a la participación militar debe
responder a parámetros establecidos por la autoridad civil, de
cuyas decisiones se deben derivar también las órdenes
sobre misiones, responsabilidad y lugares de acción. No
sería aceptable que los propios militares definan qué
misiones tendrán, dónde, cómo y por cuanto tiempo.
Estas decisiones deben ser tomadas exclusivamente por un mando civil,
procedentes de las entidades civiles responsables de la seguridad.
Ahora que estamos afrontando un período de mayor crudeza en lo
que respecta a la violencia indiscriminada y al embate de la
delincuencia organizada sobre la sociedad y el Estado, es el momento
adecuado para ponerle atención a la PNC y buscarle apoyo
efectivo que permita su fortalecimiento.
No es el momento de caer en trampas con las cuales se busca
evidentemente mantener en el colapso y el abandono a dicha
institución, con el fin de favorecer en forma desmedida el
fortalecimiento de las Fuerzas Armadas; o para impulsar la
privatización de los servicios de seguridad. No hay que olvidar
que los espacios de la seguridad son irrenunciables en lo que respecta
al Estado, dado su carácter público.
Es urgente que las autoridades del sector tengan el respaldo
político del Estado en su conjunto para entender que el combate
a la violencia en todas sus expresiones es un trabajo coordinado e
integral del Estado, sus instituciones y la sociedad Civil; y que el
trabajo del Ministerio de Gobernación y la PNC tiene un sentido
sistémico, de corto, mediano y largo plazo.
No se trata solamente de tener agentes ágiles para perseguir
delincuentes, sino de contar con una institución que pueda
funcionar exitosamente en dos espacios:
Uno, dedicado a la coyuntura, que requiere de respuestas
tácticas y operativas exitosas para enfrentar los
desafíos de la prevención, así como el combate que
los crímenes que se cometen día a día. Dos, un
espacio estratégico institucional, que permita construir en el
presente las bases para una mejor policía en el futuro, lo que
implica procesos técnicos internos de transformación y
fortalecimiento.
Para la adecuada ejecución de ambos espacios o ámbitos de
acción, la PNC requiere el apoyo de otras instituciones del
Estado. Por ejemplo, del Congreso de la República, para la
creación de nuevas leyes y la reforma de algunas vigentes que
coadyuven a la lucha contra el crimen y la violencia. Se ha remarcado
la urgencia de contar con nuevas leyes en materia de control de armas y
municiones, regulación de empresas de servicios de seguridad
privada, creación del Sistema Nacional de Inteligencia,
aprobación de presupuestos robustos, suficientes para cubrir los
gastos que implica trabajar por una mejor seguridad. Eventualmente,
quizá será necesario revisar la Ley de la PNC.
Del Ministerio Público se esperan actitudes y acciones
contundentes que ayuden a la PNC en las tareas de investigación
criminal, de una manera altamente profesional y coordinada, a efecto de
que las fuerzas policiales den un aporte efectivo a la
persecución penal.
Es imperativo el respaldo del Ejecutivo para agilizar la
aprobación y puesta en vigencia de reformas internas en la PNC,
como su nuevo reglamento orgánico, la desconcentración
del presupuesto del MINGOB, a efecto de que la PNC maneje sus propios
recursos financieros; la descentralización en la toma de
decisiones operativas y administrativas; el fortalecimiento de los
diferentes rangos de autoridad en la estructura orgánica
institucional, una efectiva regionalización y despliegue
territorial. Por supuesto, también es indispensable la
voluntad política y la dotación de dinero para la
implementación de leyes que no están siendo cumplidas,
como la Ley contra la Delincuencia Organizada.
El Estado no debe permitir que la situación de colapso en el
sector seguridad sea utilizada para deteriorar aún más a
las fuerzas policiales, y así fortalecer las opciones militares.
Por el contrario, es el momento de apuntalar los procesos
tácticos operativos para el trabajo cotidiano, entre lo que se
incluye adoptar sin duda un sistema de planeación
estratégica en el trabajo de la PNC, utilizar el recurso de la
inteligencia policial para definir y sustentar planes operativos
orientados a combatir los crímenes del día; determinar
qué crímenes serán combatidos con prioridad y
establecer la distribución estratégica de las fuerzas
disponibles; agenciar más recursos financieros y reforzar los
procesos de profesionalización e incremento de efectivos y
capacidades técnicas de los miembros de la PNC, entre otros
aspectos.
Por supuesto, lo esencial es poner en marcha planes estratégicos
de rescate de las instituciones de justicia y seguridad, mediante
procesos integrales de depuración, controles e investigaciones
internas, reformas estructurales y promoción de la
profesionalización y la especialización.
En la medida que las acciones táctico-operativas de la coyuntura
sean implementadas con apoyo institucional sólido, y siempre y
cuando no se pierda de vista el plano estratégico-institucional,
habrá alguna esperanza de frenar el deterioro de la seguridad y,
sobre todo, de las fuerzas policiales y mejorar su respuesta a la
población.
La Fundación Myrna Mack le ha apostado a la institucionalidad
del Estado en materia de seguridad, y con ese afán ha elaborado
propuestas de transformación en la PNC y en el sistema
penitenciario.
En ambos casos, y con los tres ministros que han ocupado el cargo de
Ministro de Gobernación en los últimos 19 ó 20
meses, hemos apuntalado la idea de fortalecer los controles internos o
de crearlos donde no los haya, a efecto de que por medio de
inspectorías haya investigaciones internas eficaces que permitan
depurar las instituciones con integralidad. Así también
hemos propuesto introducir el elemento de la planeación
estratégica y elevar, de manera constante, la
profesionalización de quienes sirven a la ciudadanía por
medio de la PNC y de los centros penitenciarios. Todo ello
además de una serie de estudios y análisis orientados a
mejorar el funcionamiento de algunas estructuras de seguridad, la
legislación y la normativa menor.
En la Fundación Myrna Mack consideramos que la actual
situación de colapso, ingobernabilidad e inestabilidad puede ser
revertida poco a poco. En nuestra opinión urge introducir
operativos inmediatos que ataquen el embate criminal que sufre a diario
la población, y al mismo tiempo hay que implementar acciones
inaplazables en la transformación de la PNC.
En ese sentido, urgimos al Ministro de Gobernación y al
Presidente de la República a agilizar el trámite de
aprobación de las reformas al Reglamento de la PNC, fortalecer
el proceso de controles internos, invertir cuanto presupuesto sea
necesario en la profesionalización de la PNC y sus agentes,
iniciar con pie firme el incremento de efectivos, consolidar la carrera
policial, mejorar las condiciones de vida y de trabajo de los agentes,
dignificar al buen policía e invertir en una mejor
infraestructura, entre otros aspectos.
La Fundación hace también un llamado a la sociedad
guatemalteca y a la comunidad internacional para respaldar los
esfuerzos que se realizan actualmente por construir la
institucionalidad de la seguridad democrática. Esto no implica
anular el sentido crítico sobre decisiones, acciones y
situaciones que pudieran generar un retroceso en la
transformación y el fortalecimiento de la seguridad ciudadana.
Cooperación
World Coalition Against Torturers (WCAT)
International Rehabilitation Council for Torture Victims (IRCT)
Direccion del proyecto
Bianca Schmolze
Bianca Schmolze es administradora de empresas diplomada
y trabaja desde el ano 2002 en la Ayuda Medica para Refugiados. Despues
de ser responsable para la buzqueda de fondos ella esta la responsable
de la campana "Justicia es salud" desde 2004. Ademas tiene un mandato
del concejalía municipal de Bochum.
Tel.: +49-(0)234-9041380
Fax: +49-(0)234-9041381
(Martes y jueves)
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